El brillo tan particular de las viñas en otoño es el que da nombre a estas tierras, la "Costa de Oro", no muy lejos de Dijon (capital mundial de la mostaza y del vino) en la región francesa de Borgoña. El sol al desparramarse sobre la CEte d’ Or hace estallar las hojas de las vides en miles de reflejos dorados.
Al este de Francia, entre bosques y colinas, a unos 320 km de París, donde cruzan los grandes itinerarios hacia el Mediterráneo, Alemania, Suiza e Italia, se sitúa la región que no es solo conocida por su picante mostaza y los vinos de excelencia cuya fama cruzo el Atlántico para ir a instalarse a los pies de Los Andes en Mendoza, Argentina. La Borgoña, entre 1364 y 1477, se había convertido en tierra de los Valois, que eran “duques con mayor importancia que los propios reyes de Francia”, tal afirman con orgullo sus habitantes. De ahí nos llega la riqueza de su patrimonio histórico cultural que no escatima en belleza en ninguno de los cuatro departamentos: Yonne, CÉte d'Or, Nièvre y SaÉne-et-Loire.
La "ruta de las grandes cosechas", es uno de los más interesantes recorridos de CÉte d'Or, ahí transitaremos por un camino que se pierde y vuelve a aparecer, entre viñas. Los viñedos se encuentran divididos en dos tramos: la CÉte des Nuits y la CÉte de Beaune y, se despliegan por más de 60 km, desde Santenay hasta Dijon, aquí se producen los famosos vinos tintos Borgoña. Bajando por colinas y, expuestas al sol de la mañana y protegidas de los fríos vientos, descienden las viñas, en hileras delgadas llegando hasta pueblitos con mucha historia, de calles estrechas, casa de piedra y bodegas, varias bodegas donde degustar estos famosos vinos. Es un paseo que invita a realizar varias paradas, por ejemplo en: Pommard, Beaune, Nuits-St-Georges, Gevrey-Chambertin y Marsannay-la-CÉte.
Durante la recorrida, escucharemos diferentes acentos extranjeros. Debemos animarnos a golpear la puerta de algún productor vitivinícola. Seguramente, este, nos invitara a pasar a su bodega, donde daremos comienzo al ritual de la degustación, para los franceses, todo un arte y, para nosotros respetuosos de ritos y rituales, también. Los vinos se encuentran añejando lentamente entre toneles y dejándonos llevar por el orden aconsejado para los sentidos: primero la vista, sigue el olfato y por último el gusto, este será el momento donde comenzaremos a apreciar los “excelentes vinos”, según el orgulloso viñero, mejores que los “Bordeaux”.
Pero, no solo se trata de andar probando vinos, también, podremos aprovechar el recorrido para visitar otros interesantes lugares. Como un pueblito en la cima de un rocoso promontorio llamado La Rochepot, en el lugar se encuentra un castillo feudal del siglo XII. Si atravesamos el puente corredizo, sus torres y murallas fortificadas nos permitirán una vista increíble de las colinas de CÉte. Siguiendo con la visita: las habitaciones, el comedor, la cocina, su antigua capilla, todo coronado por el techo multicolor de tejas barnizadas, típico de la región.
Imposible, obviar la ciudad de Beaune. Sus “Hospicios”, creados por Nicolas Rolin en 1443, con el fin de curar gratis a los enfermos, son fiel ejemplo del arte borgoñón-flamenco. Estuvieron funcionando como hospital hasta 1971 y aún conservan su estilo medieval.
La Ruta de los Vinos (muy bien señalizada a lo largo de toda la CÉte), nos lleva a detenernos en las Prensas de los Duques de Borgoña, en ChenÉve. Cuando entremos, se escucharan fuertes voces y ruidos de trabajo manual. Por un lado, reyes y nobles esperando por el “néctar de los dioses”. Por otro, monjes y labriegos, moviendo las prensas para extraer el jugo que luego será vino. Durante el verano, este espectáculo reproduce lo vivido desde 1404.
Como broche de oro de nuestra visita, un Boeuf bourguignon (carne macerada en vino tinto) o un Coq au vin (pollo estofado en vino) en un restaurant del ducado de los Valois. Nos encontramos en Borgoña, que mejor manera de despedirte se te puede ocurrir.