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Hubo una época, recuerda el Gourmet, donde las visitas eran agasajadas por nuestras abuelas con un sabroso licor de casera manufactura. Recuerdos que llegan de mi infancia traen a mi memoria aquellos botellones panzones y unas copitas todas labradas donde se servía este elixir casero. Mayormente estas bebidas eran dulces, quizás porque estaban hechos pensando en los suaves paladares femeninos, las que contaban con la licencia de degustar una copita, y hasta se les permitía una segunda.

Esta tradición de los licores, es una costumbre muy antigua que compartan casi todos los pueblos del planeta. Son fáciles de preparar, de colores vistosos y con sabores y perfumes atractivos.

En la antigua Grecia se los usaba en la cura de enfermedades, Hipócrates, el creador de la medicina, solía recomendar en determinados casos la ingesta de estos elixires, que si bien en los sanos tenían probada eficacia, en el caso de los enfermos no se podría asegurar lo mismo. Los licores adquirieron popularidad en la Edad Media, cuando alquimistas y Físicos solían recomendarlos como pócimas mágicas para cuestiones Amorosas o afrodisiacas. Por aquellos tiempos, los licores eran el resultado de tres procedimientos distintos: o bien eran de una sola fruta, de un grano o una sola hierba o del maridaje entre frutas y hierbas.

Como característica principal, los licores tienen su sabor dulce acentuado, también esconde otra sobresaliente particularidad: la graduación alcohólica, muy alta por cierto, encierran valores que van “desde los 27 hasta los 55 o 60 grados”.

Cuando viajamos, las botellas, de formas originales casi siempre y su color, son parte del paisaje. Experimentar y disfrutar, no privarnos de acercarnos al Blackberry, con su color rojo oscuro y su sabor a zarzamora que no debemos confundir con el hijo de las cerezas, el rojo y brillante Cherry, dos licores que se cuentan entre los más exóticos. Otra experiencia intransferible será probar el Danziger Goldwasser, licor con una transparencia que es el fruto de la destilación en conjunto de pimientos y naranjas, cuya graduación ronda los 38 grados.

Si andamos de visita por España, como no deleitarnos con el Licor del Cura, elaborado en base a ron, hierba Luisa, naranjas y clavos de olor, es pecado capital por estas tierras no probar el Licor de Endrina, un licor que se elabora con el tradicional sistema de maceración de Endrinas, estos frutos transmiten a la bebida el color rojo característico y su sabor y aroma afrutado. Si nos llegaran a ofrecer Mejunje, no debemos confundirnos, no se trata de una mescolanza sino la maceración de miel, limón, hierba Luisa y canela, todo sobre un fondo de ron.

Debe quedar en claro que a ciertos licores, solo se los conoce por sus marcas, ya que se trata de formulas secretas guardadas celosamente, como el caso del francés Bénédictine D.O.M., un licor hecho en base a pimientos o el producto de la mezcla de anís y pimiento, el Chartreuse y del Cordial Medoc, fusión de naranjas y cacao. De paso por Dinamarca hay que probar el Cherry Heering, de color y sabor a cerezas o la tan difundida Crème Yvette, otro licor que se debe probar alguna vez en la vida es el escocés Drambuie, hijo del whisky y pimiento macerado en el. En Barbados disfrutaremos del Falernum, hecho de lima y almendras.

Entre las cremas que han llegado al mundo del licor, podemos contar a las conocidas crema de limón, de café y de cacao. También han hecho su irrupción la Crema de Rosas, fiel a su color, la de Vainilla, con su transparente color dorado o el licor Crema de Violetas. Pocos tan exquisitos como el Licor de Ratafia, esta exquisitez de la licorería es elaborado por medio de la maceración de tiernas nueces, recogidas en el continente europeo durante el mes de junio y luego se las destila acompañadas de 20 hierbas aromáticas por cerca de cuatro años.

Debo reconocer que los secretos que guardan estos licores, tomados en pequeñas copas, como las que servía la abuela, despiertan enormes pasiones y sugestiones.

 






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