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Una de las grandes maravillas arquitectónicas que la cultura indígena nos lego es el Machu Picchu, el cual forma parte de las raíces americanas, algo que no deberíamos olvidar.

Los antiguos dueños de este gran continente, con una cultura tan vasta lograron alcanzar conocimientos científicos y espirituales que, hasta el día de hoy algunos continúan en el misterio. Aquellos que deciden viajar al Machu Pichu, lo hacen no para ver una construcción imponente, sino para tener la experiencia de vivir, respirar un poco de ese pasado viviente, ya desde el momento que llegan a Perú y ni hablar cuando comienzan a recorrer el camino del Inca.

Vamos a viajar al pasado y hacer un poco de historia. La red vial incaica comprendía 25.000 kilómetros de camino de piedra, nacía en Ecuador y se extendía hasta el sur de la provincia de Mendoza. Este Camino abarca siete provincias argentinas: Jujuy, Salta, Tucumán, Catamarca, La Rioja, San Juan y Mendoza. Debido a su gran desarrollo, la ruta imperial de los incas atravesó por los más agrestes y variados paisajes, cruzando pantanos, lagos, desiertos, altas cumbres, empinadas laderas y tupidas selvas.

Quien quiera imitarlos no tiene más que desafiar el cruce de Abra del Acay, el paso más alto de América, situado a 4.895 metros sobre el nivel del mar. Por el abra de este gran monte nevado han pasado los pueblos aborígenes más antiguos. El actual camino fue inaugurado en 1960 por Vialidad Nacional y son 60 Km. de peligroso sendero. Se respetó la antigua senda que usaban los incas, quienes cuando se arriesgaban a cruzarlo, por lo peligroso de la travesía, homenajeaban a la Pachamama (Madre Tierra) con una piedra en cada cruce o dejando su bolita masticada de hojas de coca. Por allí pasaban caravanas de llamas cargadas de maíz, que iban al altiplano boliviano y al Cusco (con "z" lo rebautizaron los españoles) en Perú. También lo cruzaron los colonizadores; el conquistador Diego de Almagro relata en sus memorias el helado silbido del viento que cortaba los rostros de los caminantes.

Actualmente todo aquel que quiera adentrarse en tan extasiante experiencia deberá saber que el cansancio físico lógico que conlleva esta larga caminata, desaparecerá ante la impactante belleza de Wiñaywayna, uno de los grupos arqueológicos que se descubren en el camino inca a Machu Picchu. Aquí no hay espacio para músculos adormecidos ni rodillas maltrechas. Todo es contemplación. Sólo asombro en el ocaso matizado de naranja. Se puede observar con admiración como se levanta un palacio o un torreón edificado con piedras, las cuales encajan a la perfección y tienen un fino acabado. Debajo, se despliega una manta de andenes rebosantes de verdor, una escalera despareja que desciende abruptamente y varias pirkas (muros líticos) que hacen malabares al borde del cerro. El nombre Wiñaywayna significa siempre joven. Esta construcción inca fue descubierta por Paul Fejos en 1941.

Luego se irán descubriendo otros vestigios prehispánicos diseminados en los más de 40 kilómetros del viejo sendero: Patallaqta, Runjurakay, Sayaqmarca, Concha Marka e Inti pata, son los maravillosos lugares que sirven de antesala a la gran ciudadela, el atractivo turístico más visitado del Perú.

Realmente en este recorrido existe una gran contradicción, por un lado el esfuerzo físico que realizan los peregrinos es realmente agotador, pero a su vez esta experiencia es un gran regalo para el alma, el espíritu se renueva, en el cual durante los cuatro largos días que lleva el recorrido, nadie vuelve de la misma manera. Uno regresa entendiendo que naturaleza, cultura, ser humano somos todo uno, y formamos parte del mismo todo.

Y otra vez me concentro en la búsqueda de mi fuerza interior (por algún lugar ha de estar oculta la muy esquiva) sin imaginar siquiera que mi recién estrenado orgullo de caminante, estaba a punto de sufrir una profunda estocada.

Quizás a ustedes -estimados lectores- esta historia no les interese en lo más mínimo, pero debo confesarles que me estoy tomando una licencia, porque después de haber caminado cuatro días seguidos, creo que tengo el derecho de rebelarme y olvidar por un momento la rigurosidad de los datos periodísticos, para delinearles otros matices de mi aventura en sendas incaicas.

 






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